Privet Irkutsk

Después de casi 4 días en un tren con sus 4 noches. Algo así como ir de Barcelona a Berlín y darte cuenta que te has dejado la cámara, volver a por ella, volver a ir a Berlín y todavía faltan quilómetros. Exactamente algo más de 5.800 km. Unas 87 horas. Después de todo, ya estoy en Irkutsk. Pero tranquilos, no os voy a aburrir con datos. Así que,  ahí va la secuencia de los hechos:

Mi tren era el 044 y el vagón número 9, a pesar  de que al principio me pusieron en uno que al parecer no tocaba y a media noche tuve que cargar mis cosas hasta encontrar mi nuevo compartimento. Son compartimentos de 4 con puerta, o lo que es lo mismo kupé. Dentro de mi verdadero compartimento había una señora muy grande que había ocupado mi espacio y parecía no querer quitar sus cosas. Como yo venía caliente de haberme discutido ya con una rusa china (rusa con rasgos asiáticos) no di mi brazo a torcer. Finalmente lo conseguí y me puse a dormir. A la mañana siguiente le dije privet con algo de temor pero enseguida me sonrió y me ofreció fruta y supe que nuestras disputas habían terminado. Desde entonces nuestra relación sería fluida y se basaría en un ofrecimiento constante de comida por parte suya a la que no podía negarme.

Es una mujer típica de Siberia, o al menos imagino yo que deben ser así. No sonríe nunca, pero hay gente que no hace falta que sonría para saber que todo está bien. Ella va hasta Chita unas 10 horas más lejos que yo por lo que calculo que llegará a las 100 horas. En las muchas horas muertas que pasamos le cuento mi viaje y alucina, hace que no con la cabeza y yo le digo da. Me pregunta si estudio y le digo nyet, que he estado trabajando y zas! encima de la mesa hay un anuncio de MediaMarket (exactamente igual que los españoles pero en cirílico), creo que servirá, pero no. Se piensa que soy periodista y me da igual eso nos dará más que hablar…

En el resto del vagón son todos rusos: un matrimonio con un simpático niño de 4 años que a pesar de pequeños momentos de locura lleva muy bien el hecho de estar encerrado. El compartimento del otro lado es misterioso, el primer día suben 4 policías y después fue subiendo gente que se encerraba y no volvía a salir hasta bajar en su estación. Como seres invisibles que permitían a mi mente fantasear sobre lo que «realmente» sucedía. También están Sasha y Dimitri, dos cuarentones rusos que me invitan a su compartimento a beber vodka, y aunque es de mala educación rechazar el ofrecimiento, no me queda más remedio, ya que el día antes de subirme al tren sufrí algo de fiebre y algún que otro trastorno estomacal y no me quiero arriesgar. Aún así “hablo” con ellos un buen rato, se une Andrei, otro ruso que se dedica al oil and gas. Ellos me enseñan que los rusos son grandes porque tienen el corazón grande.

La única persona que habla algo de inglés en el vagón número 9 y los contiguos es un señor que trabaja en el tren, algo así como si existiera un maquinista pero de un solo vagón, ya que nos va avisando de las paradas. El caso es que desde el primer momento me cae simpático, tiene un aire español, quizás por ello. Y mis fantasías y yo creemos que está liado con la provodnitsa, la mujer encargada de mantener el orden en todo el vagón.

Para escapar de la monotonía hago una excursión por el tren con parada en el restaurante donde rápidamente conecto con la mujer e hija que regentan el bar y entrecruzo palabras con otros jóvenes rusos aunque el olor a vodka que llevan en el tetrabrick es más tentador que mi conversación y se van.

La gran mayoría de horas las paso leyendo y mirando por la ventana, a través de ella veo Rusia y me doy cuenta que Moscú y San Piter son espejismos. Si quieres ir a Rusia tienes que adentrarte y para ello hay que coger el tren. He visto miles de árboles, pueblos sin carreteras, edificios derruidos, perros solitarios, militares y sus tanques, niños que juegan sin pelota. El paisaje es extremadamente bonito y me da la sensación que además de viajar en el espacio también lo hago en el tiempo. Salgo de Moscú a inicios de otoño pero en 4 días parece que ya hemos pasado al invierno, durante el camino las hojas verdes pasan a rojas y el viento las sacude para saludarnos, es la manera que tiene el otoño de decirnos adiós, y es que una vez en Irkutsk la temperatura es de 5º y eso, amigos míos, es invierno. Así que no me queda más remedio que despedirme del otoño…

– Una última pregunta, merece la pena pegarte ese palizón?

– No lo sé, espero que sí, aunque el lago Baikal responderá la pregunta.

– Pero lo volverías a hacer?

– Sin duda alguna, ésta tiene que ser una de las historias que contaré a mis nietos.

PD: quiero dejar claro que aunque yo hablo siempre de TransMongoliano, la ruta hasta Irkutsk es la misma que la del TransSiberiano e incluso que la del TransManchuriano, pero para no liar al personal utilizaré siempre el término TransMongoliano.

Comments
One Response to “Privet Irkutsk”
  1. Judit dice:

    Increible relat Robert!!! Se’m ha posat la pell d gallina!
    Quim lio amb aixo del transmongolià, transiberià o transmanchurià!!!
    Un petó molt gran i a seguir disfrutant. Quina enveja!!!!

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