Es el OMG chino. Y está expresión se repite en mi cabeza en cada esquina y es que Beijing es una ciudad increíble en la que más de 15 millones de chinos conviven.
En ella he visto la famosa plaza Tianmen donde descansa Mao, el parque del templo del cielo, el palacio de verano y como no, la gran muralla china. Pero de todo, lo que más me ha impresionada es la comida china.
En este país tienen devoción por la comida y sin duda ésta es deliciosa. Como turista que soy he probado escorpión, serpiente y gusanos. Pero como la ley en China no permite utilizar youtube ni Flickr lo no lo puedo demostrar todavía.
El caso es que Beijing mola. Es una ciudad ordenada y agradable con lo mejor de una ciudad con rascacielos y con lo mejor de una ciudad dominada por los hutongs. Y aunque aún no he cogido el pulso de los «chinorris» (con cariño) espero hacerlo en el resto de viaje que me queda.
El miércoles me voy a Pingyao, un pequeño pueblo al sur-oeste de Beijing.
La salida de Mongolia y la llegada a Beijing ha sido eso, un cuento chino. Para llegar a Beijing desde Mongolia tienes 3 opciones: avión, transmongoliano o tren mongol local. Yo he elegido la tercera, la más divertida y más barata por otro lado. Una vez en la frontera mongola tienes que subirte en un jeep «ilegal» que cruza la frontera, te bajas 4 veces para cruzar diferentes aduanas y después de 3 horas llegas a Erlian, la primera ciudad china que hace frontera con Mongolia.
Y aunque odio las fronteras y lo que significan, es tremenda la sensación cuando cruzas una y ves lo diferente que es un país de otro. Al llegar a China tenía que esperar 6 hoas hasta coger mi bus a Beijing por lo que decidí pasear, durante el paseo me crucé con un grupo de chinos que degollaban y posteriormente limpiaban una oveja para después vender la carne a los restaurantes cercanos.
El bus rumbo a Beijing salía a las 16:30 y he llegado a las 05:30 a la capital china. Y ahí he alucinado. La gente, en manadas corría a esas horas de la mañana y yo con mi mochila no sabía donde estaba, cansado de buscar un metro me he subido a un taxi y después de estar más de 10 minutos sin movernos el taxista me ha dicho que sería mejor que lo coja en la otra dirección. Eso he hecho, he regateado el precio con el nuevo taxista y en 10 minutos he llegado a mi nuevo hostal, el Leo Hostal. La calle es preciosa, es como cualquier ChinaTown del mundo pero de verdad. He domido un par de horas y me he lanzado a la ciudad, primero a la ciudad prohibida y después a la famosa plaza de Tianmen donde Mao descansa en paz (¿?).
Cuando ya me iba a ir he conocido 2 chinos con los que he pasado la tarde.
Las sensaciones son buenas y lo de la comida, es increíble. En España se come bien pero aquí no echas de menos las spanish food.
Mañana más…