No. No estoy poniendo a prueba mi estomago con una mezcla de salsa y café. Pero no se me ocurre mejor manera para definir los dos últimos sitios que he visitado.
Salsa por Cali, la capital de la salsa. Una ciudad fea pero con mucha rumba, por lo que es buena idea venir en fin de semana. Por supuesto, tomé mi primera clase de salsa y todo motivado salí a poner mis conocimientos en práctica. Evidentemente, me pasé más rato sentado en la barrra que bailando en la pista. Eso sí, las mujeres caleñas tienen un ritmo de otro planeta. Bueno ritmo y algo más (mirad la foto más abajo). Avisados estáis.
Y café por Salento y Valle de Cocora. Salento es un «pueblo con encanto» de esos que gustan tanto a los nuevos ricos y en los que todo está inflado. Eso sí, es parada obligatoria por el Valle del Cocora, un trek de 4 horas que te deja unas vistas maravillosas. Además, vi por primera vez un colibrí en estado salvaje.
Y ya que estás en Salento, puedes aprovechar para hacer una visita a una finca de café. Yo he estado en Don Elías, donde he aprendido mucho sobre el café. Para el que le interesa a continuación os explico el proceso de elaboración ilustrado.
1. Plantar la semilla del café. Las variedades más conocidas y de mejor calidad son la Arabica y la Colombia. Una planta de café vive unos 12 años y la época de recogida del grano es en Noviembre y Mayo. Necesitan una altitud de entre 1.600 y 2.400 y no mucho sol.
2. Una vez recogido el grano se pasa por una maquina que lo pela. Se deja toda la noche para que suelte una masa viscosa.
3. A la mañana siguiente se lleva a un invernadero donde se deja secar durante 15 días más o menos.
Aquí, la mayoría de cafeteros lo distribuyen a la cooperativa Juan Valdez que se encarga de seguir el proceso. En cambio, algunas guardan una parte para producir café propio.
4. Se pone el café en una olla y se deja tostar durante 1 hora. Aquí es donde coge el color.
5. Se muele dejándolo en polvo.
6. Se bebe, a poder ser sin azúcar ni leche.
Siempre que llegan estas fechas me acuerdo de Verano Azul y su último capítulo en el que todos vuelven a su ciudad, y de nuevo a su rutina. Y este año no podía ser menos, y es que estoy a unos días de cumplir mi primer aniversario viajando, y el presupuesto ya se está agotando. Es por ello, que el final de mi viaje también llega a su final.
De hecho, desde que empecé el viaje tenía muy claro que toda vuelta al mundo tiene un viaje de vuelta. De vuelta a casa. Pero una vez más me equivoqué.
Y es que me ha salido una oportunidad profesional muy interesante en Buenos Aires y me mudo para allá de manera indefinida. Los que me hayáis seguido sabéis que todavía no he estado en BsAs pero tengo la sensación de que nos llevaremos muy bien.
Ahora estoy con el tema de los papeles pero en cuestión de mes o mes y medio ya estaré por ahí. Eso sí, mientras me quede tiempo y dinero seguiré recorriendo Colombia y lo que surja.
La Guajira está al noreste de Colombia, haciendo frontera con Venezuela y es un destino que según me comentan está siendo cada vez más frecuentado por los occidentales. Dicen que hace años no iba nadie por miedo a los Wayuu (etnia que vive en la zona) pero que desde hace poco se ha normalizado y es muy frecuente encontrarte con turistas de fuera de Colombia.
Yo fui porque me habían hablado muy bien y la verdad es que me encantó. La capital es Riohacha una ciudad que quizás ahora no atraviesa su mejor momento ya que cada dos días hay un asesinato a manos de los sicarios (leído en el diario comarcal el 28 de agosto) aunque se puede ir y pasar una noche sin ningún tipo de miedo. Yo lo hice.
Pero el plato estrella de la Guajira es Cabo de la Vela. Para llegar, desde Riohacha, tienes que coger un auto y después una camioneta que por unos 15.000 pesos y casi 4 horas de trayecto te deja en el Cabo, que es una calle de arena tocando el mar con restaurantes y hostales regentados todos por los Wayuu. Como en todas las zonas alejadas, la comida y el agua es cara pero alojamiento puedes dormir en una hamaca por 10.000 pesos a un salto (literal) del mar.
Una vez ahí, puedes o más bien debes, ir al Pilón de azúcar y a ver el atardecer desde el faro. Aunque a mí lo que más me gustó es la playa que está al lado de la cueva del Diablo. Sin duda una de las mejores que he visto. Eso sí, me quedé con las ganas de ir a Punta Gallinas la punta más al norte de todo Sud América, pero no me quedaba suficiente dinero y por ahí no hay cajeros. De hecho, la electricidad solo está de 18:00 a 22:00. Eso sí, la mayoría de los wayuu tienen BlackBerry y se pasan el día en facebook gracias a la señal que Comcel (creo que es) ha colocado en la zona.
Como dato curioso, la gasolina está a mitad de precio que en el resto de Colombia ya que viene directamente de Venezuela. De hecho, la mayoría de productos los importan de allá como la Polar (cerveza) o los coches.
Desde el principio, este ha sido un viaje «experiencial», en el que en función de la etapa en la que me encontraba me planteaba diferentes retos. En Colombia, mi reto ha sido el de trabajar. Y como las cosas buenas, fue de manera espontánea. Yo estaba hospedado en el «Dreamer» un fabuloso hostal que os recomiendo 100% en Santa Marta propiedad de una pareja italo-manchega, Fulvio y Ester con los que hubo buen rollo desde el inicio. A raíz de ese buen rollo, me propusieron encargarme del bar y así me he pasado casi dos semanas. Sirviendo mojitos y caipirinhas a cambio de hospedaje y comida.
La experiencia ha sido muy positiva ya que me ha permitido conocer mucha gente y el sitio es perfecto ya que tiene una piscina en la que he pasado más horas que mi propia cama. Y por otro lado la ubicación del hostal, que está a tiro de piedra del parque Tayrona, Rodadero, Minca u otras atracciones de la zona.
Y bueno, como en todo trabajo he aprendido cosas, la más útil es cómo preparar un mojito. Que por cierto, dicen que están muy buenos:
· Cortas un limón (para España lima) en 4 trozos. Lo metes en el vaso.
· Añades una cucharada de azúcar moreno.
· Le pones un chorro de ron para que el limón se ablande.
· Machacas todo bien. Y añades menta.
· Trituras hielo a mamporros y lo añades en el vaso.
· Le pones los 5 «segundos mágicos» de ron. Aunque yo prefiero 7 segundos.
· Sprite, seven up o la soda que tengas a mano. Y lo remueves todo bien. Y cuando digo bien, es bien.
· Cortas una rodaja de limón para decoración y le pones una caña.
· Y por último, miras con cara de tonto como todos beben menos tú.
La Ciudad Perdida es uno de esos regalos que todavía uno puede descubrir y sentirse que es un privilegiado. Se trata de una ciudad situada a 1.200 metros de altitud, cerca de Santa Marta y el Parque Nacional de Tayrona que habitaron en el 660 DC. Y digo privilegiado porque fue descubierta en 1972 por los guaqueros que arrasaron todo el oro y posteriormente en 1976 por arqueólogos que lo empezaron a restituir. Por tanto, su descubrimiento es reciente ya que los primeros turistas no llegaron hasta 1988. Es más, hasta hace dos años no se popularizó el camino ya que hubo enfrentamientos entre guerrilla y paramilitares, incluso en 2002 hubo un secuestro que hizo que se tomaran medidas al respecto.
Aunque bueno, al final todo eso son datos. Lo realmente interesante es que para llegar tienes que hacer un trek que va de 4 a 6 días por montañas empinadas compartiendo paso con mulas que cargan comida para suministrar los 5 campamentos en los que uno se hospeda. El camino también lo compartes con los yoquis, los indígenas que están muy protegidos. Un dato, hasta finales de los 90 estaba lleno de campos de coca controlados por los narco, a finales de los 90 los militares fumigaron la zona en avión y tierra arrasando con todos a excepción de los campos de los yoquis que sí se les está permitido su cultivo. Ya que no hacen un tratamiento químico, la mezclan con la cal de unos caracoles y crean el poporo.
El trek no es extremadamente difícil pero sí hay que ir con cuidado ya que hay tramos que no son muy aptos, especialmente en esta época del año que es de lluvias y cuando crece el río Buritaca se le lleva a uno para bajo. Está el reciente episodio de un francés (siempre son franceses) en 2006 que murió a causa de la corriente del río. En cuanto a los mosquitos, a pesar de que no matan sí que te dejan huella así que imprescindible repelente y pantalón largo.
Pero resumiendo, se trata de un viaje increíble que bien merece la pena. Seguramente no es comparable al Machu Pichu, pero sí es cierto que el hecho de que no haya un tren o un sendero transitable para llegar hacen que uno se sienta un poco especial al terminarlo.
Por cierto, el coste son 600.000 pesos, recientemente lo han subido y es que hay muchos «impuestos» que hay que pagar para que todas las partes estén contentas, y hasta aquí puedo leer…
Ya imaginaréis que Colombia, como antigua colonia española, tiene heredado su lengua y su arquitectura. Poco más, ya que su sistema político, legal e incluso educativo está más basado en el francés. En cualquier caso, esta última semana la he pasado en 2 pueblos que tienen un poco de cada cosa.
El primero es Villa de Leyva a 2 horas de Bogotá en el que los habitantes de la capital pasan sus días de descanso en busca de mejor clima. Ahí destaca su arquitectura colonial y que tiene la plaza más grande de toda Sud América. O eso dicen ellos. En cualquier caso es muy bonita y digna de ver. También recomiendo ir a las aguas termales, especialmente cuando oscurece y terminar la jornada comiendo una Arepa de Don Tobias. Si os quedan días podéis hacer una caminata a ver un fósil del período cretácico (creo), pero solo en caso de que os sobre tiempo.
Mi siguiente parada fue San Gil, a 6 horas de Leyva y el camino fue precioso, recorriendo en buseta pequeños pueblos en los que subían abuelos y abuelas cargados de comida y se perdían entre la maleza. Y es que San Gil tiene mucha naturaleza a su alrededor ya que es la meca de los deportes de aventura en Colombia. Yo como voy justo de dinero y prefiero invertirlo en otros menesteres, dejé el parapente, el rafting o el rappel para el resto. Eso sí, se pueden hacer muchas cosas gratis. Yo recomiendo ir a la cascada de Juan Curi de unos 80 metros y que por 40.000 pesos (16€) puedes descender en rappel. Después darse un baño en el pozo azul (gratis) y visitar Barichara un pueblo más genuino que Villa de Leyva, bajo mi modesta opinión. Bueno, y para no decepcionar con la oferta gastronómica os recomiendo las empanadas que vende un chico en un camión en la calle 10, cerca de la plaza Mayor. Increíbles.
Y ahora estoy en Santa Marta, en búsqueda de la Ciudad Perdida donde mañana parto. Han sido unas 13 horas en bus desde San Gil. Por cierto, un consejo imprescindible, cuando toméis un bus en Colombia coger la chaqueta y poneros pantalón largo. Si sois muy frioleros llevaros guantes y bufanda. Sí, se pasan con el Aire Acondicionado.
No soy Xavier Gabriel, el de la Bruixa d’or. Sigo en la tierra y el viaje al espacio lo dejo para antes de los ¿80?. Ésta es la frase que te da la bienvenida cuando llegas a Bogotá, capital de Colombia. Además de la frase, te dan folletos con consejos de seguridad y con el calendario del Mundial sub 20 de fútbol que ha convertido el país en una fiesta.
La primera impresión de Bogotá es como casi todas las ciudades del mundo: caos. Pero dentro del caos hay un pequeño oasis en el centro de la ciudad: el barrio de la Candelaria, donde se encuentran la mayoría de hostales y los turistas nos movemos con tranquilidad y seguridad. Lo cierto, es que más allá de los clichés, Bogotá es una ciudad increíble, con una oferta cultural que en pocas ciudades he visto. Y además accesible a todos, motivo por el cual los colombianos son una de las sociedades más cultas que he encontrado en mi viaje. Tienes el Museo Botero, el Museo del Oro, el Museo de Arte del Banco de la Republica, el Museo de Arte Moderno, la Cinemateca, el Planetarium y muchos más que a mí no me han dado tiempo.
Y por si fuera poco, salir de fiesta (o rumbear) por Bogotá es una muy buena decisión. Desde una noche de jam session de jazz en el Chorro de Quevedo, una fiesta privada con techno o salir por la zona T o rosa y terminar en una buhardilla en la Candelaria a las 9 de la mañana con la mejor compañía.
Pero bueno, no todo es perfecto en «la nevera», y es que así conocen a Bogotá por sus frías temperaturas. Y creo que ya os he hablado varias veces de mi odio al frío.
PD: por cierto, una de las visitas obligadas es a Montserrate. Y sí, tienen una Moreneta que a parte de haber sido mi bici es la virgen más cool.